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domingo, 23 de octubre de 2016

"LA ESPERANZA Y LA ALEGRÍA DAN RESPUESTA AL DOLOR, es cuestión de resiliencia". Sandra Becerra

DÉCIMO

La vida es una constante prueba y el gran secreto de la paz y de la felicidad consiste, precisamente, en saber que nuestras tribulaciones e infortunios forman parte de nuestra experiencia vital y, sobre todo, que su aceptación plena los atenúa, y en ciertos casos, los hace innecesarios. 

Por ejemplo, el sentido del relato de Abraham, con razón ha sido considerado el padre de la fe. Abraham recibe seguramente la prueba más terrible de la historia: matar con su propia mano al hijo adorado; al hijo de la vejez y, de todas las promesas.

Si Abraham hubiera dudado, es posible que hubiera tenido que matar a Isaac. Pero Abraham acepta la prueba sin ninguna vacilación y -por lo mismo- ésta no es necesaria. Sin darnos cuenta, somos continuamente probados como Abraham. Si rechazamos los sufrimientos, éstos se acrecientan y nos acosan obstinadamente; si los aceptamos, en cambio, se atenúan o se desvanecen. 

Este es el milagro de la aceptación; del si a la vida de los grandes místicos, de la paciencia de Job y aun de la obediencia de Jesús en el Calvario. Es claro que esa aceptación requiere por lo general de un extremo coraje y valentía moral, pero puede también surgir de un modo silencioso y natural en quienes se entregan confiados en las manos de Dios.

Ahora, para un cristiano -que ama a Jesús en su corazón- existe otra perspectiva ante el dolor y ésta es la de compartir y coparticipar -como decía San Pablo- en el sufrimiento redentor de Cristo. En efecto, su muerte y su resurrección se proyectan sobre todos los hombres y los cristianos sabemos que en nuestros dolores estamos completando -en alguna medida- el Misterio del Gólgota- y colaborando en la redención del mundo. 

Juan Pablo II ha hablado, en este sentido, del Evangelio del sufrimiento señalando que, en el dolor humano, “hay una particular fuerza que acerca internamente al hombre a Cristo” y agrega que “el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, abre el camino a la gracia que transforma a las almas”. Por tal razón, quien quiere ser un verdadero discípulo de Cristo debe levantar su propia cruz y asumir con valor, y aun con alegría, su tristeza y su dolor. 

En realidad, cada sufrimiento aceptado por amor a Jesús es una parte de su cruz que sostenemos; una pequeña porción del dolor humano que compartimos con El, y si pudiéramos percibir la gratitud de su mirada sentiríamos que el peso que nos agobia se atenúa y que también nuestra espalda es ancha y nuestra carga es ligera.

El Papa Francisco I, en una de sus homilías, señala "esto es lo que hacen la alegría y la esperanza juntas, en nuestra vida, cuando estamos en la tribulación, en problemas, cuando sufrimos. No es una anestesia. El dolor es dolor, pero vivido con alegría y esperanza te abre la puerta a la alegría de un fruto nuevo. 

Esta imagen del Señor nos debe ayudar tanto en las dificultades. Dificultades tantas veces desagradables, dificultades que hasta nos hacen dudar de nuestra fe… Pero con la alegría y la esperanza vamos adelante, pues después de la tempestad llega un hombre nuevo. Y Jesús nos dice que esta alegría, esta esperanza, es duradera, no pasa".

"En otras palabra, se trata de poner en práctica las virtudes cristianas, aquellas que nos hacen trascender, hacer frente a nuestra realidad y nos ayudan a vivir la interioridad. No se trata de sacrificarnos en el dolor, por el dolor o para el dolor, sino de dignificarnos a través de éste. Se trata, entonces, de hacerle frente con voluntad (esperanza) y alegría, esa que abraza y te hace sentir la presencia de quienes te aman, valoran y reconocen. Es vivir y poner en practica la resiliencia". Sandra Becerra 

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